«El dolor –que no tiene por que ser sufrimiento– sirve para que la mujer segregue las endorfinas que lo amortiguan en lo posible y que hacen avanzar el proceso de forma natural. Estas sustancias ayudan a la madre a ‘nublar’ la mente y a hacerla entrar en un estado de trance en que el neocórtex o cerebro pensante y moderno se anula y sólo trabaja el cerebro primitivo, que las mujeres compartimos con las hembras mamíferas y que es el que nos hace parir bien». El error estriba, entre otras muchas prácticas, en alterar este equilibrio haciendo desaparecer el dolor con la anestesia epidural (que incide en el proceso y obliga a usar métodos agresivos para que el parto se lleve a término), e introduciendo a la madre en un ambiente gélido, con luz artificial y donde pasa vergüenza porque no es dueña de su cuerpo y está rodeada de extraños. «Esto dispara la adrenalina y acaba por convertir el parto en algo penoso» Inma Marcos, comadrona